Silvia Comán se casó con el deseo de formar su familia y ser feliz,
pero después del casamiento aparecieron los problemas. Su esposo era muy
celoso, la acusaba de infidelidad, decía que ella lo engañaba. Cuando
estaban lejos se extrañaban, pero cuando estaban cerca apenas se veían
comenzaban las discusiones, que luego dieron paso a las agresiones
físicas. Él se detenía solamente cuando la veía llorar.
Al poco tiempo quedó embarazada y seguían llevándose mal, esto la
hacía estar angustiada y nerviosa. Su hijo nació y al año y medio le
diagnosticaron síndrome nefrótico, los médicos no le daban esperanza de
vida. El peor momento fue cuando sus riñones y todo su cuerpo se
hincharon por completo, tomaba trece medicamentos por día, no podía
orinar por sí solo, dependía de una medicación de por vida. “Una doctora
me dijo que buscara a Dios porque ellos ya habían hecho todo lo que
podían. Se me vino el mundo abajo”, recuerda.
La invitaron a la Universal y aceptó, fue a participar y salió de la
reunión con esperanzas, tenía paz y fuerzas para seguir luchando.
Perseveró en las cadenas y Dios fue obrando, el tratamiento comenzó a
hacerle efecto a su hijo, “después luché por mi matrimonio, mi esposo
viendo la evolución del estado de nuestro hijo me acompañó y luchamos
hasta lograr la restauración de la relación. Ya no tenemos peleas ni
agresiones, podemos sentarnos a hablar, disfrutamos a nuestro hijo
porque gracias a Dios está bien, está sano. Hoy somos una familia
feliz”, finaliza sonriendo.
Ella concurre a la Universal en Lavalle 940, Microcentro
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